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Welcome to Zygotus
Song Info
Genre
Charts
Peak #421
Peak in subgenre #29
Author
Zygotus
Uploaded
May 18, 2005
Track Files
MP3
MP3 3.4 MB • 128 kbps • 3:40
Story behind the song
Dulces sueños
Teníamos la obligación, cada mañana, y sabíamos que, algún día, vendrían a buscarnos.
La obligación de salir cada mañana, y a la tarde, regresar con agua y frutos de entre los nevados arbustos.
Sabíamos que vendrían a buscarnos; cada día empezaba con una mañana y terminaba con una noche, y no conocíamos el día venidero. Al acostarnos, esperábamos pacientemente el sonido de la llave y la cerradura.
No ocurría esa noche, pero la mañana siguiente, como todas las anteriores, teníamos la obligación, y sabíamos que, tarde o temprano vendrían por fin a buscarnos.
Una mañana, brillante de sol en la nieve, vistiendo todas las cosas de plata, percibimos un hecho peculiar: la solitaria existencia de un caramelo a la entrada. No era muy distinto de la mayoría que conocimos en nuestra otra vida, antes de ser abandonados.
En nuestra otra vida, Ellos nos cuidaban, nos vestían con ropas limpias y nos alimentaban. Cuando éramos buenos, aquel caramelo a la puerta era uno de nuestros premios.
Esa mañana, cumplimos con la obligación, y a la noche, les esperábamos esperanzados en nuestras camas.
Uno tras otro, los caramelos fueron apostándose a la entrada, allí donde el primero de ellos había aparecido, uno cada día, sin excepción. Pero a la noche, arropados y en silencio, deseábamos el murmullo abrupto de la llave y la cerradura que no llegaba.
El dulce conjunto que, misteriosamente, se había plantado en el umbral como semillas de un árbol invisible, aumentaba en número cada día que pasaba.
Unos eran amarillos, otros de un rojo profundo, otros se confundían entre la verde hierba. Y todos nos miraban con una gracia juguetona.
No realizaban movimiento aparente, pero cada día, todo amanecer sin excepción, un nuevo miembro asomaba de la nada para visitarnos. Nadie le veía llegar.
Yo, mientras tanto, había estado pensando en Ellos más que de costumbre. Y me acordaba de cómo, en nuestra otra vida, nos cuidaban, nos vestían con ropas limpias y nos alimentaban. Cuando éramos buenos, aquellos caramelos a la puerta eran nuestros premios.
A la noche, anhelaba ansioso el sonido de la llave y la cerradura.
No tienen derecho. No tienen derecho. No tienen derecho. No tienen derecho. No lo hacen por nosotros. No. No. Mentira. Mentira. Todo eso es mentira. No tienen derecho. No tienen derecho. No tienen
Me despertaron los gritos, la algarabía y el alboroto. Uno había pretendido, a escondidas, hacerse con uno de los caramelos. Otro lo había visto.
Cuando me levanté y comparecí ante el bullicio, el traidor ya había sido despedazado violentamente. El fisgón era, asimismo, amordazado y acuchillado por todas partes en aquel mismo momento. Aullaba y aullaba y los otros aullaban más alto y m ás alto.
Intervine y puse calma. La escena me pareció precipitada y se lo hice saber. Descendí de la mesa y salí afuera.
Había caramelos a la entrada, una muchedumbre de ellos. Unos eran amarillos, otros de un rojo profundo, otros se confundían entre la verde hierba. Y todos me miraban con una gracia juguetona.
Y como cada mañana, había uno más entre ellos.
Pensé que era bonito tenerlos allí, e intenté contar los años de espera. Esperándolos a Ellos. Pero Ellos no venían y, en cambio, nuestros dulces visitantes eran siempre más y más y no llegaba el día que partieran para desaparecer.
Pensé que quizá Ellos nunca llegarían, que no habría noche sin esperar el sonido de la llave y la cerradura en vano.
Eran sólo unos pequeños caramelos de colores…
Maté al resto. Todos los otros niños ya no me molestarían. Quería estar solo y ver partir a los caramelos. Cada mañana, uno de ellos, así como había venido, desaparecía. Cuando reparamos en ello, me deshice de todos. Estar solo y ver los caramelos partir, era mi deseo.
De vez en cuando, algunas noches, pensaba en Ellos. Incluso aguzaba el oído, furtivamente, en busca de un abrupto murmullo de la llave en la cerradura. Pero yo era feliz. Si miraba